Relatos

Erial

Nunca me prometiste que lo nuestro iba a ir a más, lo sé, pero ¿qué te hubiese costado haberme dejado una rendija por la que colarme?

Nunca me prometiste que lo nuestro iba a ir a más, lo sé, pero ¿qué te hubiese costado haberme dejado una rendija por la que colarme?

Noe Martínez / PALABRAS OLVIDADAS

ERIAL

Llevaba tiempo sin pensar en ti más que lo suficiente para ir tirando sin tener que hacer un descanso entre remordimiento y ganas. De eso que un día te levantas, y no sabes muy bien cómo, la herida lacerante te da una tregua, y puedes respirar sin que te explote el pecho, bombas de mortero, desbaratando mis costillas. Este armisticio no responde a un plan, ni a una voluntad siquiera: pasa sin más. Y a partir de ahí, la vida es una sucesión de días, tardes, noches en las que la soledad ya no duele, pero hace eco. Como si a cada paso, tus pies sonasen a casco de caballo desbocado, calle arriba, que calle abajo, todos los santos ayudan… Pues hoy, después de tanto tiempo, me desperté con tu olor en la sien. Esa desazón propia del que sabe que si abre los ojos del todo, no tarda en aparece el The End, me dejé ir entre las sábanas, con miedo a deslizar un pie por la cama y encontrar tu lado tan vacío, tan yermo, tan erial como mi vida misma. No es que ya no estés, Elena, es que me quema la idea que hayas estado nunca…

– Lo mejor de no tener una relación estable es que cuando hay que pisar el freno, no hay nada que romper… – Me dices, guiñándome un ojo, mientras recoges tus últimas cosas de la estantería que compartimos en el baño.

– Lo mejor de no tener una relación estable es que cuando hay que pisar el freno, siempre queda algo por componer… –

Replico, apoyado en el marco de la puerta. No puedo creerme que seas tan impulsiva para algunas cosas y tan racional para otras.

– ¿Qué nos queda por componer, Dani…? – Me miras. Por un segundo quiero pensar que me miras con intención de salvar los muebles del naufragio, pero… – Tú y yo ya hemos roto todo. Hasta las ganas hemos roto…

– Habla por ti, nena, habla por ti…

No sé si entre nosotros hubo fuego o tempestad, qué importa ahora eso, si al fin y al cabo, para acabar así, valía con habernos deseado con medida y aburrimiento, a ver si en dosificar radicaba el éxito. Pero no. Tú y yo solo sabemos querernos a huracanes, dejarnos la piel en cada encuentro, sabiendo que a la mañana siguiente, empezaba el juego. No te vayas a confundir, cari, que aquí no hay ‘lo nuestro’. Y no lo había, porque desdecirte era tanto como darte alas para volar lejos, tan lejos, que se te olvidase el rumbo de vuelta. Y no me revelaba ante tu plan de desesperante de renegar de lo sentido y de lo tocado, porque en mi cabeza infantil, tu órgano Casio PT1 afinaba todo mi repertorio: con lo que tú me dabas, yo hacía melodía y estribillo. No, no quiero quedar de gilipollas y colgado, pero cuando lo que tienes es lo que hay, llorar por más, es de mamones. Nunca me prometiste que lo nuestro iba a ir a más, lo sé, pero ¿qué te hubiese costado haberme dejado una rendija por la que colarme? Una puerta abierta por la que allanar tu morada y sin antidisturbios, sin detenciones y sin movimiento anti Okupa. Ya sé que mentir no es bien, pero no estoy hablando de eso. No necesitaba un te quiero a curapupas. Me bastaba con saber en la línea de meta, salía con posibilidad alguna…

– No te lo tomes como algo personal, Dani, pero el compromiso no está hecho para mí… – Me abrazas, y ese abrazo me sabe a soga con nudito, gala inesperada para una cena de despedida.

– Que no me lo tome como algo personal, dices… – Te acaricio la nuca, mientras respiro tu cuello por última vez. Mierda, por última vez se me atraganta como una nube de alambre – Si esto no fuese mi puta vida, aun tendría su gracia tanto sarcasmo…

– Dani: esto no funcionaría… – Sigues abrazada a mí y, créeme, Elena, que a juzgar por cómo lo haces, por cómo tu cuerpo reacciona al mío, sí que funcionaría. Pero tú no quieres…

– Para que algo funcione, alguien tiene que pulsar en interruptor, y tú lo tienes tapado con cinta americana… – Te beso el cuello. No te apartas. Te vuelvo a besar, ahora más despacio, quizá para darte tiempo a huir. Pero no huyes.

– Dani, no lo pongas más difícil… – Pero no huyes, itero.

– ¿Q-u-é h-a-y d-e m-a-l-o e-n e-s-t-o, E-l-e-n-a…? – Sigo besándote el cuello, ahora seguro de que tú tampoco quieres que pare – ¿Qué hay de malo en n-o-s-o-t-r-o-s?

– Que me vuelva loca por ti y entonces todo se vaya a la mierda…

Leí en alguna parte que la historia solo la cuentan los ganadores, quizá porque los vencidos ya no tenemos el chichi para farolillos. Será. Nada hay que te guste más que una frase categórica, un se acabó a bombo y platillo, un punto y final que suena tanto a final, que si suena más, me deja seco, oda a la taxidermia: piel y huesos, envoltorio de un corazón herido. El miedo a volverte loca por mí y que todo se fuese a la mierda dio por culo a todo lo nuestro. Lo mucho o lo poco que hubiésemos construido este año raro y medio pensionista, que a veces sí, a veces no, otras incluso de morada semanal, mi cama, tu Airbnb. Lo mucho o lo poco que nos hayamos reído, llorado, pedido pizza cuatro quesos y helado de caramelo para después de follar como leones del Serengueti. Lo mucho o lo poco que hayamos pensado que, a poco que nos dejásemos ir, a algún lugar iríamos juntos y de la mano. Pero no, tirar por la del medio, dejando que el miedo a fallar y que te fallen, a repetir patrones heredados que nada tienen que ver conmigo y con lo nuestro, curioso castigo el mío, penar la culpa de otro cabrón empedernido. Yo no soy él, Elena. No lo he sido nunca, creo que hasta ahí, tú y yo jugamos con la misma pelota. No soy él, y a veces me pregunto si ese no será mi fallo, porque a él no lo olvidas y desprenderte de mí se te revela fácil, antídoto a lo bueno, lo malo y lo regularcito.

– ¿Me das un beso de despedida…? – Reclamas, ya con la puerta abierta y la maleta en la mano.

– No – Claro que no…

– ¿No…? – Dejas caer la maleta en tus pies. No sé muy bien qué plan de mierda es este tuyo que te hace infeliz a ti, a mí y al obispo negro, a poco que diésemos con él…

– Los besos que se piden, huelen a crisantemo…

Los crisantemos son las flores de muertos, esa explosión de color y lozanía, que, en medio de la desolación, tratan de poner esperanza en lo que no va ningún sitio. Callejón sin salida, un amor destronado, un amante al que los clarines le anuncian estocada final, cornada de Mihura de trayectoria limpia, directa a la femoral: en sus manos estoy, doctor. Me niego a recordar tu boca en últimas voluntades: si quieres un beso, gánatelo. Busca mis ganas como yo las tuyas, pero no mendigues afectos donde antes hubo fuego, porque yo no sé besar de despedida. Si beso, beso para siempre, sello de lacre para que nada de lo bueno se escape. No te lo tomes como algo personal, Elena, tú que sabes tanto de lo que es o no una afrenta en carne propia…

Y te fuiste, como se van las cosas que valen la pena: dejando un vacío que ocupa tanto como una presencia. Y en esa maldición de duerme vela, de ideas peregrinas que siempre empiezan por ver tu foto en WhatsApp, tus stories de Instagram o escribiendo y borrando mil privados que jamás envío, en la que vivo desde hace meses. Muchos, ya no llevo la cuenta de cuántos, total, ya me dirás para qué… En ese estado de muerto viviente, de penitente sin hábito ni caperuzo, pero con la espalda reventada de cargar con los te echo de menos, dime que lo nuestro no fue un simulacro, trato de pensar que algún día, sin darme cuenta, la pupa dejará de doler, y aunque sangre la herida, el umbral de lo insoportable será cada vez más soportable. Como bailar sin música, amar de memoria es un ejercicio de creatividad y resiliencia solo al alcance de los perdedores, inasequibles al desánimo como yo. Deberían patentar mi coraza como vacuna alternativa al sarampión común: no es que todo me resbale, es que ya no tengo cuerpo donde cargar más hostias, no sé si me explico…

– ¿Y qué harás cuando me eches de menos…? – Te grito, asomando la cabeza por el descansillo.

– Volveré a por ti, si todavía guardas en tu cama mi sitio…

Oí tus pasos acelerados bajar los escalones de dos en dos. Me quedé en la puerta, aguardando a que esa inercia de bajada, huida que sonaba a para siempre, revirtiese tendencia y suicidio. Sube, Elena, sube, sube, sube, por favor, sube. Sube. Pero no subiste. Oí como se cerraba el portal de golpe. Te imaginé buscando las llaves en el fondo del bolso, maldiciendo los forros oscuros que se comen siempre todo lo que necesitas. Mi cabeza te vio subiendo al coche, dejando la maleta en el asiento del copiloto, dejando caer la cabeza en el volante, mientras dabas golpes con los puños en el salpicadero. Presentí que me llamabas a gritos desde ese lugar en el que las emociones contrariadas hacen de las suyas, porque dejarlo fue cosa tuya, pero quererme también lo fue, y de ello, no hace demasiado tiempo. Quise pensar que esto sería una pataleta más de las tuyas, de esos miedos locos de chica que un día decidió no volver a sufrir por amor, porque sobran cosas chungas en la vida como para buscarse el mal de ojo motu proprio. Deseé con todo mi yo o lo que quedaba de él que pulsases la tecla DELETE y donde dije digo, digo Diego… Pero eso no pasó. Ni eso, ni nada que me hiciese sentir bien los meses de desamor que vinieron después. Cero llamadas. Cero mensajes. Cero ayer me encontré con Elena y me preguntó por ti. Cero. Ni una bocanada de oxígeno para ir tirando, quizá porque sabías que hacerlo era avivar un fuego que no iba a sitio alguno. Otra vez más, nena, piensa por ti, coño, piensa por ti…

> Hola! El lado bueno de mi cama sigue esperando por ti. Creí debías saberlo… >>

En línea.
Doble check.
Infarto en 3, 2, 1…

Di algo, por favor, di algo. Lo que sea. Llámame capullo engreído, dime que ya tienes un coronel que quien te escriba. Cualquier cosa, pero no me dejes en visto: llevo meses intentado no hacerlo, pero echarte de menos es una trampa sin salida.
Código horario. Fin de conexión.

No sé muy bien si mi corazón late o dobla campanas a muertos. No puede ser. ¿En serio? ¿Me lees y te vas sin decirme nada? ¿Después de todo? ¿Después de tanto? ¿Qué te cuesta no reventarme la vida? ¿Qué te cuesta? Tiro el móvil al suelo y me voy al baño. Abro el grifo de la ducha. El vaho no tarda en convertir la estancia en una cámara de gas: así vivo, entre tinieblas y tempestades, Elena. ¿Qué cojones acabo de hacer? ¿Qué tipo arrastrado sin amor propio soy, que no me duelen prendas en hacerte saber que sin ti, ya para qué? El agua hirviendo me vale de bálsamo cicatrizante externo: mudar de piel es un gran plan a falta de otro. El silencio es una banda sonora insoportable cuando el eco de tu risa retumba en mi cabeza.
Tlin. Tlin. Tlin. WhatsApp original soundtrack, corazón por los aires.

> Pide un Glovo! de pizza cuatro quesos y una tarrina de helado de caramelo: quiero el cuento completo! <<

En pelotas, sorteando mi estado de ánimo suicida con el feliz que te cagas, me enrosco en una toalla y me dejo caer en la cama. No sé si este será por fin un cuento con final feliz, inesperado o una mierda de final, pero la vida no entiende ganar partidos sin jugar la segunda parte. Ese lado bueno de mi cama, Elena, no luce ni la mitad si no está contigo. Amor y desamor, crema de cacao dos sabores, Nocilla para comer a dos manos y con el dedo.

– Hola, ¿¡Glovo!…!?

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FOTOGRAFÍA ORIGINAL FRANCISCO ÁLVAREZ
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