«Como si tu ser sintiese la necesidad de ser feliz y parecerlo, de ser jovial y compartirlo, de ser bonita sin pretenderlo»
Noe Martínez / PALABRAS OLVIDADAS
DÉDALO
– Estoy nervioso que te cagas…
Esto fue lo último sensato que dije antes de caer en la espiral de los nunca quise a nadie como a ti, como tú, ninguna. Llámalo espejismo o casualidad, pero cuando alguien me susurró al oído ‘ella está aquí’ pensé que al mundo le había llegado su hora. Yo, que soy de naturaleza tranquilo, la puerta 9 ¾ de las emociones dormidas, no supe ver que contigo, no vale nada que tenga que ver con no perder la cabeza. Debí imaginarlo, no en vano tu boca me acompaña desde aquel verano del 93. Da igual que corra, que lo evite, que no repare en ella, porque cuando tú estás cerca, todo lo mío se activa, prosa y verso de lo que no fue pero que debía haber sido. Por derecho, por ganas y porque no te olvido, ya ves, volver a verte es siempre garante de todo lo rico. Fruta prohibida y deliciosa, manzana roja de cuento y hechizo, es verte y darme por jodido. Ahí voy, con mi saeta clavada y mi ganas de mandarlo todo a tomar por culo, buscando que tú te quedes en mí una vez más, hoy igual que ayer, que antes de ayer y mañana, si puedo pedirlo. Todo lo tuyo es mío, siento ser tan posesivo.
Porque todos tenemos un túnel maldito, una canción pegadiza que suena aunque estés dormido. Una historia que terminó pero que nunca se ha ido. Y ésta es la mía, mi dédalo arrepticio…
– Ahí viene… – Uno de mis amigos me da un golpe en la espalda antes de irse, señalándote mientras caminas hacia mí. En la fiesta hay mucha gente, pero a mí me sobran todos, cuestión de prioridades… – Suerte, chaval: te va a hacer falta…
Es verano. Y a ti el verano te cae como una segunda piel. Como si tu ser sintiese la necesidad de ser feliz y parecerlo, de ser jovial y compartirlo, de ser bonita sin pretenderlo. La música suena a todo volumen, amigos comunes ríen y hablan y bailan y beben. Tú y yo. Tú, parada frente a mí, te mesas ese mechón maldito que tantas noches me acompaña cuando te echo de menos a gritos. Me miras y te ríes, coqueta y tan para mí que si lo eres más, pido exorcismo, trepanación y un lugar fresquito en el que cavar sepultura para mi tiempo perdido. Yo, que me siento tan idiota, pero tan idiota, juego mi baza de tío avezado en el arte del flirteo: si muestras debilidad, la leona te engulle. Taquicardia, miedito y ganas. Tic, tac, tic, tac, tic, tac…
– Beltrán… – Dices.
– Marta… – Digo.
Y corres hacia mí como si mis brazos fuesen casa en el escondite. Te abrazo. Te abrazo sabiendo que probablemente esto sea el error más delicioso jamás patentado. Extremidades sin control, a libre disposición de emoción y sentimiento, ese pegamento magnífico que tienen las cosas que nunca se han dicho, o sí, pero seguro que no lo suficiente. Cierro los ojos y respiro tu forma de convertir todo en magia. Algo tienes, nena, que el aire se impregna de esa gracia tuya que no me deja pensar en otra cosa. Y no defraudas, porque mira que la mente es cabrona y hace enorme lo grande y convierte en único lo trivial; pero ahí, en tu fragancia a ‘si me sueltas me muero’, ahí ni quita ni pone: es lo que es. Tú y tu cosa, llévame cosido en el biés de tu falda, que cantaba el otro. Aun abrazados, nos miramos y reímos. Serendipia o candidez, a quién importa ya…
– ¿Y no hay beso para mí…? – Pizpireta y kamikace. Si tú supieras…
– Los besos… – Sonrío nervioso y me cortas.
– …que se piden, no son besos…
Y con la misma, plas. Pero plas que me muero. Sin darme tiempo a procesar, a quedarme con ese instante delirante en el que lo dulzón roza mi boca, tus labios aterrizan sobre los míos, como si hacerlo fuese parte del protocolo de encontrarnos. Como el peaje de la AP9, como el buenos días de un bedel de instituto, como las letras al final de la peli. Tus labios y los míos, best on y the end de todo lo bueno que tenga que venir. Curiosa habilidad la tuya la de dejarme siempre en pelotas y desarmado sin querer. He venido con alguien, ¿sabes? Alguien, nada importante, que hemos acabado en la cama un par de veces, puede que cuatro, pero he venido con alguien. Solo espero que ella no esté mirando ahora mismo en esta dirección, porque a poco que profundice en mi kinésica corporal, verá que soy 1.85 de tipo tarado por ti. De principio a fi, taxi, siga a ese taxi. ‘Alguien, siento esta mierda mía de no haberte dicho que si Marta rozaba la órbita terrestre, tú y yo seríamos un hermoso chispum. Debí de haber previsto este cataclismo…
– ¡Qué guapo estás…! – Te resistes a dejar mi cuello como cobijo. Sinceramente, a mí me parece un buen plan. El mejor. Joder, me voy a morir…
– En cambio tú, estás súper fea … – Me llevo la mano al corazón, señal inequívoca de que, además de mentiroso, me tienes loco.
– Tonto… – Te ríes. Te ríes a lo loco. Me gusta demás. Tú me gustas demás…
– Ya, pero tú, fea… – Te ríes otra vez. Vuelvo a llevarme la mano al corazón, me tienes el pecho como un colador, monada…
Nos quedamos mirándonos, ignorando al mundo y sus cosas. Nos empujan para pasar, nos ofrecen copas de bienvenida, no falta quien nos susurra el ‘no me jodaaaaaaaaaaaaaaaas, otra veeeeeeez juntoooooooos…’. Y nosotros ahí, epicentro del sistema solar, viendo la vida pasar sabiendo que ahora mismo, solo existimos tú y yo. Y no digo nosotros, porque ese término a no nos da resultado. Es como si saber que no puede ser, nos convirtiese en eternos. Esa fecha de caducidad a corto plazo, que sabes que mientras está vigente, no hay nada que te siente mal. Después de la fecha indicada en la tapa, el producto puede ser enteramente satisfactorio. Aleja jacta est, que diría el César… Desde lejos, ‘alguien’ me reclama con la mano. Salvo que necesite un riñón, conmigo, que no cuente…
– ¡Beltrán, te llaman…! – Señalas a ‘alguien’, que te sonríe sin saber que eres el típex de todo lo que empieza. No quiero hacer daño a nadie, pero joder, ¿qué puedo hacer si me tienes loco?.
– Ya… – Levanto la mano, devolviéndole un feed back fariseo. Ya te vi, espero que tú también a mí y me evites tener que explicarte todo desde el principio. No soy muy hábil con las excusas y las culpas,y algo me dice que hoy voy a tener que lucirme en ambas.
– ¡Aaaah, valeeee…! – Arqueas las cejas y sonríes, nerviosa.
– Ahá… – Asiento con la cabeza y subo los hombros. Negar lo evidente es una debilidad que no frecuento – he venido con a-l-g-u-i-e-n.
– Vaya. Debí imaginármelo…
Y me acaricias la cara, antes de separte de mí, como si quemase. Pero no te vas, te quedas frente a mí, guardando la dichosa distancia social que nos convierte en una suerte muñecos de futbolín con ganas de morir abrazados, festejando el gol aunque sea en propia puerta. Te rodeo la cintura, llámale instinto, llámale si te vas de aquí, llévame contigo. Pones tus manos sobre las mías, cual pareja de baile que ha olvidado la poner música pero se sabe la letra… Nos miramos, sabiendo que ese es el password que abre las puertas del jardín que convertimos en laberinto. Quiero decirte tantas cosas, tantas cosas. Pero mirarte forma parte del placer del reencuentro. Cualquier paso en falso, a tomar por saco el espejismo. Aclararte mi situación con alguien es prioridad, pero cómo decirte sin quedar como un pelele y un colgado que te busco en otros cuerpos, en otras caras bonitas, porque tu recuerdo me acompaña como un resaca de licor de absenta. Mi magnífico plan de olvidarte en otras bocas, me convierte en alquimista de emociones a medio hornear: un que sí, pero no. No es la primera vez que creo que por fin he encontrado un parche que encaja en el agujerito por el que se me escapan los te echo de menos, llámame alguna vez, ya buscaremos la forma de volver a recomponernos al colgar. Pero los parches, Marta, jamás sellan del todo porque no hay hoguera que se apague con leña y palitos…
– Pensé en llamarte tantas veces… – Te digo, aun con mis manos en tu cintura. Podrías irte, pero no lo haces. A veces la vida se pone de mi parte.
– Beltrán… – Bajas la mirada. Tu voz suena déjalo, has venido con acompañado y yo no contaba…
– No: Beltrán, no… – Te atraigo hacia mí. Pegados por meridiano de Greenwich, zona cero de sensaciones y placeres que prenden fuego al rozarse – Llevo un año intentado rehacerme, esperando una señal que no llegó nunca.
– ¿Una señal…? – Sonríes y haces mohín de niña caprichosa – ¿Qué más señal quieres? ¿Qué necesitas para saber que eres tú?
Silencio.
Zumbido.
Silencio.
Zumbido.
– Qué soy yo… – Musito, sintiendo como los dos entramos en ebullición. Notar tu piel cálida y delirante bajo el vestido, hace que me suden las manos. Te deslizas bajo mi dedos, escurridiza y suave.
– Beltrán… – Cierras los ojos. Yo también los cerraría, pero temo avalanzarme sobre ti y hacerte el amor hasta que te canses.
Justo en ese momento, ‘alguien’ llega con intención de quedarse…
– ¿Beltrán…? – Zas. Ella. La que no eres tú. Era visto: la hora de la verdad, chaval… – Bajan a bañarse a la playa, ¿vamos…?
Tú y yo nos soltamos en 3, 2, 1. Ella nos mira. Ella supone. Ella no quiere saber…
– ¿Vamos…? – Tira de mí, pero no me muevo. Estoy donde quiero estar, donde necesito estar, pero no hay cojones a decirlo así del tirón: hacer daño no me va. No me va una mierda. Pero mentir tampoco.
Ella, tú y yo. Tres vértices para un triángulo raro y tenso en el que de sobra sabemos cada uno la baza que nos toca jugar. Lo sabemos los tres, pero mi turno es difícil, tenso y arriesgado: todo al rojo, caballero. Nunca se me ha dado bien el Tetris, porque ver caer las piezas, cero clemencia con mi tendencia suicida, que veo una dificultad y me lanzo al vacío, me hipnotiza. Nadie se mueve de sitio. Por una vez en la vida, Beltrán, sé asertivo y coherente: estás loco por Marta. Funcione o no, estás tarado y poseído. Cualquier decisión que intente tomar en contra, estoy jodido. Por mucho que gire el mundo, por mucha dermis, por mucho sexo, por mucho esta vez parece que sí, nada será como ella. Concatenación de fakes y made in China que me convierten en un encantador de serpientes. Un encantador de serpientes infeliz e insatisfecho. Habla, coño, habla ya…
– Ve bajando, voy ahora…
Ser idiota no cuenta como verdad, aunque lo sea. No voy a bajar, no quiero bajar. Lo sabemos los tres, pero qué otra salida elegante me queda cuando no sé qué hacer sin lastimar. No tengo ni idea de si lo tuyo y lo mío acabará en algún lugar que no sea la cama, preludio de reproches, ganas de que esta vez funcione y fracaso, pero no puedo desoír lo que me mata: tantos años después, me sigues haciendo temblar. A mí, que me juré esto no volvería a pasar, porque después me quedo hecho mierda. A mí, que ya sé como acaba todo antes de de comienzo el sacrificio. A mí, que ya pasé por todas las etapas del aprendiz de suicida ante el precipicio. Aun así, tú. Siempre tú. Y ella, insisite…
– ¿Vamos…? – Joder, ¿qué hago? ¿Qué hago? ¿Hago daño o me hago daño? Maldito el día que decidí olvidarte sabiendo que era imposible…
– Vete, Beltrán, claro, ya nos veremos…
Y te separas de mí, dejándome paso libre a lo que sea. Holocausto de emociones que no tienen clemencia conmigo: ¿será muy tarde para pedir que me arranquen el corazón de cuajo? Te miro, sonríes, con los ojos llenos de lágrimas, y tu sonrisa me sabe a últimas voluntades, a ese adiós maldito que todo lo cierra sin acabar. Y las cosas que no acaban, se enquistan, porque las puertas giratorias no funcionan bien cuando se ama sin querer. De eso que me digo, no, esta vez no, Beltrán, pero como un portero de hotel de lujo, todo lo tuyo me invita a entrar y a gozar de la estancia. Y entonces, en lugar de quedarnos bailando dentro, como si fuésemos los muñecos de una caja de música, algo me hace salir disparado por la primera salida de la puerta, mientras tú me miras, buen viaje, Romeo, no olvides recoger tu equipaje en la cinta habilitada para ello. Giro y giro y giro un buen rato, porque cuando me dices adiós, voy en modo peonza, pollo sin cabeza, pecho sin aire. No me digas por qué lo nuestro es siempre tan épico y tan incendiario: no funcionamos juntos, pero no sabemos estar separados; enésima edición ya en sus librerías…
– Te llamo… – Murmuro en tu oído, mientras ‘alguien’ me tira del brazo, vamos, vamos, vamos, vamos.
– No es buena idea… – Me dices, al tiempo que me regalas un abrazo tan por lo criminal: morí. No hay más que hacer, muchacho: bienvenido el mundo de los muertos vivientes.
De camino a la playa, no hago otra cosas que respirar. Inspiración, expiración. Inspiración, expiración. Inspiración, expiración. Listen and repeat. De eso se trata, ¿no?, de que no falte el oxígeno al cerebro, de comer cuando tenga hambre, de tomar una copa de cuando en vez, de ver alguna peli ñoña que me recuerde a ti y cambiar al ipso facto… y añorarte hasta que me duela la piel. Maravillosa condición la de gilipollas colgado, que todo lo convierte en supervivencia mecánica y autómata.
Por el arenal, a oscuras, la algarabía de los que están en el agua, desafiando al frío y a la hipotermia propia del que tiene ya RH GinTonic +, ponen la BSO jovial a mi drama: se acabó. De la mano de alguien que no eres y nunca serás tú, te acabo de dejar ir. Dios bendito, qué pocos cojones tiene la elegancia: ¿en serio este es el precio que hay pagar por no ser un capullo? Marta, me dueles tanto…
– ¡Beltrán, vengaaaaaaaaaaaaa, entraaaaa….! ¡Dale, tíooooooooooooooo! ¡Nenaza, que no se te van a caer las pelotas de frío…!
Oigo como mis colegas reclaman desde del agua, poetas. Hago un mohín con la mano, voy, voy. Me voy quitando la ropa, acordándome de la mítica muelle de San Blas de Maná. ‘Alguien’ ya está en braga y sujetador, corriendo hacia el mar. En otras circunstancias, la mano se me hubiese ido a ese cuepo bonito, pero ahora mismo, doy gracias a la suerte de que ella no espere de mí más que vida en modo autopilotado. Me pidió bajar a la playa con ella cuando del otro lado de la balanza estaba la piñata repleta de cosas apetecibles y deliciosas. Puse el dedo el platillo del ‘debo’ para que el ‘deseo’ no ganase por goleada. Y así estoy, en gayumbos, hecho una mierda y pensando si alguna vez en la vida dejaré de estar tan zumbado por ti como lo estoy. Que así no puedo vivir, que no avanzo, que no entiendo por qué no podemos estar sin acabar no estando. Marta, verte es siempre una melé de sensaciones encontradas y locas, yo ya no sé qué hacer conmigo…
– Lo intenté, pero no pude, Beltrán…
¿Cómo? ¿Qué? ¿Pero qué coño…?
No puede ser.
Te fuiste.
Yo lo vi.
Tú lo viste.
Ella lo vio.
Sin embargo…
– No me puedo ir sin un beso de verdad, tonto. Un beso de los tuyos…
Fanfarrias, pasacalles y clarines, mi cabeza a punto de hacer pum. Ahí estás, preciosa, vulnerable y decidida, detrás de mí, reclamando lo que por derecho es suyo. Y mío, porque los dos sabemos que lo que está de ser, será. Me incorporo sin importarme que ‘alguien’ me llame desde el agua. Beltrán, Beltrán, vente ya, que está muy buena, Beltrán, te estoy viendoooooooooooo. Claro que me ve, ella y toda la población china de Torrelodones. Pero así llegase el día del juicio final, tus labios, Marta son y siempre serán mi último deseo, mis ganas de morir libando, mi si no te como la boca, vivir un día más, ya me dirás para qué. Te meto dentro de mis brazos, enredando mis manos en tu pelo, suave alboroto del que no quiero encontrar la salida. Hueles a vainilla, dulcita como solo huelen las ganas cuando aprietan.
– Vamos…
Te cojo en brazos, sin mirar atrás. Oigo mi nombre mil veces desde el agua, maldiciones variopintas que, si se cumplen, poca calidad de vida me queda. A mí qué cojones me importa ya nada que no sea lo que cargo al peso. Te acurrucas en mi cuello, te acurrucas mucho. Tengo la piel erizada, qué arte el tuyo para dejarme sin aliento cuando más lo necesito. Llegamos a mi casa como dos locos, extenuados por la carrera y las intenciones, material infamable, se ruega manipular con precaución. Ya allí, todo pasa rápido y sin control, como cuando quieres despresurizar una botella de cava para que no haga mucho ruido y finalmente el corcho sale despedido hacia la lámpara de lágrimas del techo. Suculento cóctel de extremidades, manos que van y vienen, bocas que recorren pieles que son el mapa del tesoro, próxima parada su pubis, aviso, favor de no alimentar a los elefantes. Tocarte es una melodía que me sale sin querer, no en vano, la ensayo cada noche desde que te conozco, por si el genio de lámpara me concede comerte tres veces sin descanso. Eso que tú tienes, Marta, es lo único que necesito…
– ¿Qué miras, idiota…?
Desnuda en mi terraza, luces preciosa y para mí. Qué puta suerte la mía…
FOTOGRAFÍA ORIGINAL Francisco Álvarez