Relatos

Carmesí

Mismo escenario, idénticas circunstancias, pero ya nunca los mismos personajes, porque a ambos, esta movida de la ruptura, nos pasó factura

Noe Martínez / PALABRAS OLVIDADAS

CARMESÍ

Recordarte y echarte de menos son dos vicios que van de la mano. El uno me lleva al otro, y es tan grato el pecado, que bien me sabe la penitencia. Días sin reparar en ti más que lo justo para ir tirando y hoy mi cabeza no tiene otro punto de fuga que no seas tú. Este encierro terraplanista, tan de horizonte, abismo y sálvese quien pueda, hacen que mi temor a no salir de esto con vida, se reduzca al miedo a no volver a verte. Infausto plan el mío para seguir jugando a olvidarte, ¿verdad?, pero permíteme que, dadas las circunstancias de incertidumbre y confinamiento, me permita purgar mi escepticismo con el virus gracias a tu compañía. Onírica, lo sé, pero cuando las ganas y la soledad aprietan el gatillo, quién detiene la bala…

No es extrañarte, Paula, es hacerlo como lo hago. Pura terapia conductista, electricidad de alto voltaje que me cerciora de que a lo que un día fue incendio, no le vayas con cajitas del olvido con cerradura de dos vueltas y aldabón. Siento ser tan deliberadamente loco, pero estoy en mi derecho de hacer uso de mis facultades mentales mermadas, de mi angustia de gato encerrado, de mi maldito ego que todo lo hizo difícil y delirante, de mis ganas de besarte hoy, igual que bravas que aquella vez que, sin planearlo, tus labios y los míos se encontraron en un sin querer. Aquel infausto día en el que de todos los golpes de fortuna, coincidir contigo, fue mi trío de ases, mi snake eyes…

– Disculpa, ¿está ocupada esa silla…?

Levanto la cabeza de mi café y ahí estás tú. Tú.

– ¿¡Paula…!? – Sonrío e, instintivamente, me levanto para abrazarte. Lo sé, un hola, qué tal, después de tanto tiempo, hubiese bastado. Pero a mí, verte, me provoca abrazo. Cosas que pasan.

– No me lo puedo creer: Luiiiiiiiiis… – Te echas a mí tanto como yo a ti, señal inequívoca de que, efectivamente, hay cosas contra las que no se puede ir. La movida de la gravedad y la atracción geoterrestre. Esa.

– ¿Qué haces aquí, te suponía en… dónde era? – Hago memoria de manera teatral. Sé perfectamente dónde estabas, con quién estabas y por qué, pero no es necesario que sepas de mis penas tan porque sí, después de tanto tiempo, después de tantas cosas.

– Roma. La beca, ¿te acuerdas…? – Te ríes, nerviosa, mientras te colocas un mechón insolente que quiere vivir en tu boca. Y no me extraña, a mí, si me lo preguntases ahora mismo y dentro de dos vidas, también querría lo mismo. Tu boca. Me tiemblan las piernas, joder, vaya latin lover de mis pelotas que estoy hecho.

– Eso: ¡Roma! – Te guiño un ojo, pero estoy tan tenso, que seguro que parezco bizco. Mala idea, ya ves, pero tarde para arrepentirse – ¿Y ya acabaste o cómo…?

– No… – Te sientas en mi mesa, apartando la silla, esa misma que venías a buscar antes de saber que llevaba tu nombre tatuado, como todo lo tuyo en mí – Estoy de paso: vine a solucionar unas cosas…

Solucionar unas cosas. Solucióname a mí la vida, ya que estás, que desde que te fuiste no hay plan que me encaje. Maldito día en el que dije que eras libre para irte y no volver, que sobraban oportunidades para olvidarte en cualquier otra para ir tirando, olé yo y mis cojones toreros. Te dije que éramos una pareja lo suficientemente madura como para presionar el botón de pausa y esperar a que se disipase la tormenta. A mí, lo de tu beca en Roma me hacía tanta gracia como donar un riñón para hacer un risotto, pero nena, quién soy yo para oponerme a lo que te hacía feliz. Iluso de mí, jugué la baza silente del ‘si me quiere, dirá que no se va, que se queda conmigo, porque lo nuestro vale la pena’. Pero no lo dijiste, quizá porque yo encaré la movida como un auténtico gilipollas: aquí no pasa nada, mi corazón está hecho a prueba de balas de hielo, de titanio y soledad. Como si aquel punto de inflexión fuese una batallita de Fornite, me puse mi skin de ‘Mister tú verás, querida’ y aguardé a que tú hicieses tu parte. Pero tu parte no llegó, porque tan y tan altivo y absurdo me debí poner, que terminaste por creértelo. ¿En serio no vas venir conmigo, Luis…? Me preguntaste. En serio, te dije. Y con la misma, me diste un beso que aun me sabe a hiel…

– Estás muy guapa, Paula… – Echo el cuerpo sobre la mesa, inconscientemente. Qué culpa tendré yo de que tengas imán con todo lo mío. Bajo la mesa, tus piernas y las mías, delicioso nudo calafate – Quiero decir, que te veo muy bien… – Me sonrojo. Algo pasa en mi interior: se me fundió el piloto de truhán avezado en las artes del flirteo.

– Tú también estás muy guapo. Y e-s-o es lo que quiero decir… – Te ríes, coqueta, porque es evidentísimo que me pones nervioso. Creo que no hay ser viviente en el local que no sepa que me tienes. Hasta los huesos me tienes, Paula.

– ¿Te quedas mucho tiempo…? – Pregunto, mirándote a los ojos. Da igual lo que me contestes, porque como cuando en un examen oral te quedas en blanco, ahora mismo mi mente es de azúcar glass: todo yo soy sirope de ti.

– Me voy mañana…

Zas. Como si el mono con los dos platillos hiciese con mi cabeza un sándwich mixto. Como si dos medusas gordas de playa de nudista tomasen mi estómago por tumbona. Como si se me sentase en los pulmones una jubilada de Murcia y otra de Albacete. Sin aire. Apnea nivel ‘si ven que me pongo azul y no respiro, igual es que no soy un escapista de los buenos’. Mañana. Te vas mañana. No sé muy bien qué cambiaría si te fueses pasado mañana o quizá en dos semanas o un mes, pero mañana suena a ya. Y yo no estoy preparado para perderte de vista una vez más. Y menos ya. Me sudan tanto las manos, que si te cojo como me pide el cuerpo, te escurres. Maldita sea mi casta de depredador sin suerte. Nada como tener mucho que decir, para que no te salga nada. Nada. El repertorio es amplio, no faltan culpas, perdones y quédate conmigo hasta que jodido mundo reviente. Lo que sea, vayámonos por dónde has venido; a tu beca, a tu Roma, a tu vida ordenada que nunca antes me había parecido que iba tanto conmigo. Hagas lo que hagas mañana, Paula, que sea conmigo…

– Mañana… – Te miro. Quiero abalanzarme sobre ti, quedarme pegadito a pecho bonito. Pero solo te miro: hacer un mapa de ti para cuando ya no esté contigo.

– Mañana… – Me miras, con los ojos brillantes y melancólicos. Siempre has sido muy hábil con las emociones. No es pena, no es lástima, no es rabia: es melancolía. Y tus ojos con melancolía se me antojan dos gotas de amor en parada cardiorespiratoria, ansiosos de dos palas, un calabrazo y, si eso no funciona, por favor, que me dejen a mí el boca a boca…

Nos quedamos mirándonos en silencio. A veces, no decir nada y decirlo todo comparten zona de confort, ese irracional patio de luces en el que los sentimientos flotan como niebla de madrugada. Nos miramos, porque dejar de hacerlo es harto imposible. Esa burbuja de intimidad en stand by, mi vida en versión moviola, en el que verme desde fuera, en primera línea de butacas, me recuerda que tengo muy pocas dotes para la interpretación y que, cuando quiero ser un imbécil, sin querer, me salen dos. Quiero decirte tantas cosas que debí haberte dicho cuando aun querías oírlas, que si empiezo, lo mismo agoto los 140 caracteres que debe tener una declaración de principios y finales redondos. No sé cómo arreglar esto, cómo borrar la mierda pasada, las huellas mudas que nos llevaron a no estar, no ser, no compartir, no oler, no rozar, no besar. Si en el reparto de saberes inútiles me hubiese tocado más reflexión y menos ímpetu, hoy tu boca aun sería mía. Pero no, el tipo resuelto, el que siempre tiene algo que decir aunque en el fondo, quizá mejor sería estarse callado, te dejó ir por no pedirte que te quedases. Por no irme contigo. Por no apostar por lo nuestro. Cuando en el tablero ya solo quedan la Reina y un peón, ¿quién protege el legado? A veces ser yo es una bonita mierda pinchada en un palo. Ahora mismo, Paula, es una de esas veces.

– No sé si llegué a decírtelo antes de que te marchases, Paula… – Me escuchas con los ojos abiertos de par en par, vidriosos como esquirlas de hielo.

– Dijimos tantas cosas, Luis… – Sonríes y veo que estás a punto de llorar. Solo me hacía falta la culpa para acabar de matarme por entero. No quiero hacerte daño. Una vez más, no.

– Ya, ya sé que dijimos muchas cosas, pero creo que no todas las que debíamos, al menos, yo… – Bajo la mirada, quizá porque si sigo mirándote así, aparto la mesa de un ¡zas! y paso de la teoría a la práctica. Ardo en ganas de estar dentro de ti…

– Ahora ya da igual, ¿no…? – No es una suposición: lloras, pero no quieres hablar de ello. Te limpias las lágrimas según caen. Una detrás de otra, quizá temes que si muestras debilidad, lo mismo doy en espantada, como tantas otras veces antaño.

– No, no da…

Claro que no da. Porque si diese igual, meterme en la cama y no encontrarte no sería un puto castigo y una agonía. Buscarte con el pie en medio de la noche y que el frío de la sábana me recuerde que quien mucho se ausenta, pronto deja de hacer falta; abróchense los cinturones, hemos entrado en zona de turbulencias: si saben rezar, recen, que nunca está de más. Te eché de menos en cada hábito y costumbre, en cada lugar, en cada nosotros, ahora tan viudo de ti. Pensé en llamarte mil veces, quizá dos mil. Pensé en mandarte un mensaje mil veces, quizá dos mil. Pero no lo hice nunca. Y cuando uno quiere hablar y no habla, las palabras dormidas levantan tabiques infranqueables de muy difícil salto según va cogiendo envergadura. Duele. Nuestra forma de no contacto, de estar sin serlo; como dos pollos en la nevera, cada uno en su baqueta, con su film y su etiqueta. Pero no me resigno a pensar que si uno asoma un ala, el otro no le ofrece un muslito. Joder, Paula, que yo lo que quiero decir…

– No sé cuál es tu situación, no sé si tienes pareja, si ya me olvidaste o si estás en vías de hacerlo, pero quiero que sepas, que no he dejado de pensar en ti ni un puto día desde que te fuiste… – Sin querer pero queriendo, mis manos dan con las tuyas sobre la mesa. No te apartas. No te estremeces. Te acurrucas…

– Casi un año sin saber nada de ti, Luis… – Haces un mohín, mordiéndote el labio. De entre todos los castigos, verte hacerlo es mi condena. Vuelve a hacerlo, vuelve a hacerlo, vuelve a hacerlo…

– No soy muy hábil con estas cosas, deberías saberlo…- Suspiro, sin dejar de juguetear con tus manos. Te reconozco en cada impulso eléctrico que tu piel manda a la mía. Iberdrola ha patrocinado las mejores jugadas.

– En un año pasan muchas cosas. ¿Cuántas te han pasado a ti…?

Dejas caer la cabeza sobre mis manos, mirándome desde ahí abajo, tan tú que me muero. Sofá, mantita de los fríos, batalla por quién decide la peli y cuando por fin estamos de acuerdo, tus ojos desde mi regazo me dicen que esa no es la peli que quieres, que la que tú quieres, no necesita mando a distancia, guionistas y un aluvión de buenas críticas. Tú me quieres a mí. Esos ojitos me quieren a mí en tu vida, entre tus piernas, bajando desde tu ombligo. Eso lo sabíamos los dos y hasta los negritos del África subsahariana. Pues esos ojitos son los que veo ahora mismo desde aquí arriba. No sé si los veo o los quiero ver, y eso me da más miedo todavía.

– Creo que lo único que me ha pasado, Paula, eres tú. Todo lo demás, demencia y olvido… – Te acaricio el pelo, dejando que mis manos te enreden conmigo. Tengo el corazón a punto de estallar, pero los hombres no hablan de esas cosas y menos delante de señoritas. Apoyo mi cabeza en la tuya y susurro – Creo que si sigo oliéndote un minuto más, te desnudo aquí mismo…

Salimos de la cafetería como solo salen los locos de atar, los dementes de amor hasta la muerte, los que saben que por mucho que giren, la meta siempre está en el mismo sitio. Como dos adolescentes, nos paramos en cada portal, en cada esquina que diese cobijo a nuestras ganas. Nuestra casa, mi casa desde que te fuiste, no estaba lejos. Poco nos debió llevar mucho el camino, pero se nos hizo eterno. Ya en el ascensor, las manos tocaban cualquier cosa menos botones, yo voy al cuarto, ¿y usted? El mural de espejo fue testigo de lo mucho que dos seres pueden gustarse y echarse de menos.

Fuego fatuo y depurativo, que sea lo que tenga que ser, Paula, así tenga que admitir que esto es amor, así te lo digo: quédate conmigo. Quédate conmigo. Quédate conmigo…
Deslizo mi mano bajo tu blusa, sensación incandescente y furiosa de querer más aunque no sea el sitio. No llegamos vestidos a la habitación, tampoco habíamos entrado con ropa. Aquello de polvo de estrellas, pura combustión entre una estrella y un mortal. No sé si alguna vez nos amamos como entonces, pero permíteme decirte que así el fin del mundo llegase sin llamar, yo me voy con la miel en los labios, pura ambrosía que libé de tus labios, carmesí de tu boca ya para siempre en la mía. Coño, Paula, que estamos hechos de la misma pasta: rómpeme el molde a bocados.

– ¿Te llamo mañana y quedamos para comer…? – Te digo mientras te vistes.

– Cojo el vuelo a primera hora, Luis… – Podrías no mirarme, pero lo haces con el mismo fulgor que hace unos minutos. Te vas, dices.

– ¿Y esto..? – Dibujo una línea infinita entre dos puntos: tú y yo – Porque esto es algo, dime que sí…

– E-s-t-o es imposible… – Me das un beso fugaz en la frente, al tiempo que me despeinas más de lo que estoy.

– Todo es imposible hasta que se consigue. Lo leí en algún sitio: hay gente que me lee la mente… – Te rodeo con los brazos, impidiéndote huir de mi y de mi cama. Sea lo que sea que te espera fuera de este cuadrilátero, no nos hace falta, amor.

– Volveré en un mes. Si para entonces sigues pensando que esto es una buena idea, hablamos…

Y el mes pasó, Paula. Y aquí estoy. No solo lo pienso, sino que lo necesito. Pero otra vez el orgullo, el miedo a hacer el imbécil, las eternas dudas sobre si querer y amar son lo mismo o lo mismo son. Cuando te fuiste, pasé dos semanas de auténtica mierda. Un par de mensajes de mantenimiento, sin ningún contenido que me pusiese en evidencia a mí y a mis planes de comerte viva, porque de ti y tu vida en Roma, poco sé y sabía. Moría por preguntarte si tenías pareja, si habías encontrado a alguien mejor que yo en el arte de quererte como mereces. Pero no pregunté nada, ¿sabes por qué? Porque no conviene inquirir por aquello que no seas capaz de soportar. Me limité a pensar que pasado el mes, estarías aquí otra vez. Mismo escenario, idénticas circunstancias, pero ya nunca los mismos personajes, porque a ambos, esta movida de la ruptura, nos pasó factura. Cuando por fin el mes de ausencia llegaba a su fin y ya casi podía olerte en mis brazos, esta mierda de colapso mundial. Que no se puede viajar. Que no se puede salir. Que no se puede retomar lo que nunca debió acabar. En casa, sin saber muy bien qué esperar, como techo y pienso en ti, sabiendo que cuando por fin acabe esta cuarentena, la ruleta de la suerte tendrá para mí dos tiradas de resultado incierto: sí o ya no. Permíteme, Paula, que mientras el virus no se me lleve las ganas de vivir, siga pensando que de entre todas las cosas bonitas, quizá tú seas la única que no debí dejar ir, porque incluso en estas circunstancias en las que todo se va a ir a tomar por culo y que el ser humano posiblemente no vuelva a ser el mismo después de esto, la sola idea de volver a verte en mi cama sobre mí, me lo pone fácil para sobrevivir. Conviene no perder nunca de vista aquello que te hace feliz. Al carajo el orgullo…

– Paula, soy Luis… semanas que no hablamos. Solo saber cómo estás y decirte que no hay virus que mate mis ganas de comerte la boca. Tardes un mes o dos años, aquí estaré. Aquí estaré, ¿te acuerdas de dónde vivo…?

noemartinez.es

FOTOGRAFÍA ORIGINAL Francisco Álvarez

About InformaValencia

También puede interesarte

0-0. Greif y los palos evitan la victoria del Valencia

El portero del cuadro balear se estrenaba en Liga para preparar la final de Copa …

Deja una respuesta