Rafa Nadal quien asestó el golpe definitivo. Juego, set, partido y la eternidad, líder de este club irrepetible del mayor número de Grand Slams posibles./TDP

Rafa Nadal es el más grande del Mundo

El tenista español vence a Medvedev en una interminable final de más de cinco horas y ya está por encima de Djokovic y Federer

ANTONIO CASAÑ

Campeón del Abierto de Australia por segunda vez y Grand Slam número 21, por encima de Roger Federer y Novak Djokovic, con quienes ha mantenido una pelea por la eternidad desde hace más de una década. Es Rafa Nadal, es el más grande del Mundo, un ejemplo para los niños y jóvenes, para el mundo del deporte en general, ejercicio de pasión, fe y remontada.

Cinco horas y 24 minutos de partido, levantar dos sets en contra en la final de un Grand Slam, y contra un Daniil Medvedev que fue una máquina perfecta durante tres horas y media, un tenista que se vislumbra por galones como el líder del futuro. Representante genuino de la nueva hola, esta generación de tenistas que tienen de todo para ser campeones, que ya lo son, de hecho, pero a los que les queda un puntito más todavía para superar al mayor reto de todos: ganar a Rafa Nadal.

Rafa ganó en este escenario en 2009 a Roger Federer, en la primera final que alcanzó, pero perdió las siguientes cuatro. Por desgaste y por dónde está situado en el calendario, se ha perdido muchas ediciones por lesiones o falta de rodaje. Y triunfa hoy, después de seis meses dilucidando si no sería mejor iniciar el adiós, pendientes de un pie izquierdo y una enfermedad para la que no hay tratamiento definitivo.

Pero es su entrega y su pasión por su deporte el mejor remedio a todos sus males. Suma su segundo mordisco en Melbourne para añadir otra línea a su historial: solo Novak Djokovic había logrado ganar al menos dos veces todos los Grand Slams. Invade además el español un territorio marcado a fuego por el serbio, sin participar en esta edición por su negativa a no vacunarse contra el coronavirus. Le devuelve la afrenta que Djokovic le hizo el año pasado en Roland Garros, donde le ganó en semifinales para levantar su segundo título en París.

Medvedev entrañaba una dificultad mucho mayor. Porque se han encontrado pocas veces. Porque el ruso es un enigma siempre. Si contra Matteo Berrettini atacó al revés hasta minimizar al italiano, no podía hacerlo contra Medvedev, dueño de un revés endiablado. El balear expuso sus primeras cartas: abrir pista, ser agresivo, buscar ángulos, alturas, mover al ruso. Acabó sacando toda la baraja. Así de incómodo es Medvedev.

Ambos sabían que el partido sería de largo aliento, largo, incómodo, de sufrimiento y paciencia. Ya en el tercer juego, más de ocho minutos, con intercambios de 26 golpes. Primeros agobios de Nadal, con un 0-30 y dos bolas de break solventadas con sangre fría. Sus armas. Medvedev apeló a la velocidad, a la profundidad y a sus palos. Catapultas en los brazos tanto en el saque como en la derecha con esos 198 centímetros de altura. Rapidez para sacar, pues apenas se concentra para los servicios que impacta a más de 200 kilómetros por hora con facilidad. Cuarto juego del partido resuelto en apenas dos minutos. Ahí, otro punto de desunión: los 25 segundos que aguanta Nadal hasta sacar, los apenas tres que gasta el ruso.

Fue Medvedev quien activó mejor su plan de juego al inicio del choque. Desgaste físico para llegar a todo lo que le proponía Nadal y acribillar al resto. Al quinto juego, se sentaba con un break a favor, conseguido en blanco porque al español le costó ajustar los tiros, descifrar el muro moscovita, con poca soltura con la derecha y con mucha tensión en la mano. Ni un atisbo de locuras en el número 2 del mundo, muy seguro con su servicio, con esos proyectiles en forma de relámpago que Nadal apenas podía atisbar aun situándose unos cinco metros por detrás de la línea de fondo. Dos dobles faltas seguidas del número 5 en su siguiente turno de servicio. Dos errores más y un nuevo break, también en blanco. En 42 minutos, un brazo tímido al aire de Medvedev, 6-2 en su botín.

Medvedev siempre estaba allí. Hiciera lo que hiciera Nadal. Era el ruso quien lideraba los puntos desde el fondo, donde otras veces es el mallorquín quien se lleva el porcentaje tras madurar los puntos. Era el ruso quien agotaba las opciones del español, atorado, incómodo, demasiado tenso para que la pelota volara con la certidumbre de otras veces. Caras serias en el palco del balear, había problemas, 21 errores en diez juegos, falta de ideas y de saques (50 % de efectividad en los primeros compases) ante un jugador que no dejaba entrever ninguna grieta.

Volvió a atarse Nadal a la fórmula que lo había llevado a la victoria contra Shapovalov: aferrarse a su servicio. Con sufrimiento, con temblores, con riesgo en cada golpe, con ángulos lo suficientemente profundos para conseguir algún error por parte del rival. Hasta encontrarse. Hasta sentir que la derecha funcionaba y el saque se apuntaba a la fiesta del resurgimiento. Break por fin ante uno de los mejores sacadores, que tembló con su primera doble falta, con regalo de puntazo incluido para una grada que desde el principio se postuló a favor del español. Y por fin el primer saque para confirmar la rotura, la candidatura a todo, 4-1, el cambio de favoritismo y de gestos: Medvedev torció la boca por primera vez. Nadal alivió el ceño por primera vez.

A la subida de nivel y de riesgos de Nadal, que encontró un gran recurso con el revés cortado que apenas botaba, el ruso respondió con un poco más de mordiente. Otra vez velocísimo en sus desplazamientos. Recuperó el break, pero el español tenía señalados los puntos donde abrir pequeñas grietas, dos dejadas tremendas, y se puso 5-3 y saque.

Entonces, el juego del partido. Más de trece minutos, con susto incluido porque saltó un espectador a la pista por el lado de Medvedev. En la pista, adrenalina, dejadas increíbles por parte de Nadal, recuperaciones de vértigo por parte del ruso. El español, jugando siempre en el alambre, levantó al público, el ánimo y hasta cuatro bolas de rotura. Pero este es el Medvedev más seguro, firme y concentrado de lo que se le ha visto en todo el torneo. En toda su carrera. Solventó la bola de set que tuvo el mallorquín y se apuntó el break. El servicio, aunque ya no ejercía tanto poder con sus primeros, volvió a ser un seguro. De 1-4 a 5-5. Otra vez Nadal obligado a remar contra toda la corriente que pasaba por la mano del ruso. Y era mucha. Y, además, con muestrario nuevo de recursos: si Nadal se marchaba cinco metros por detrás de la línea de fondo, utilizaría las voleas. Como Deep Blue, Medvedev aprende y asume lo que el rival tiene de más.

El tenista español Rafael Nadal es el primer deportista que, en la categoría masculina, acumula la friolera de 21 victorias de Grand Slam. El último lo acaba de ganar en Australia, tras un bronco partido de cinco horas y media contra el tenista ruso Daniil Medvédev/AFP

El tenista español Rafael Nadal es el primer deportista que, en la categoría masculina, acumula la friolera de 21 victorias de Grand Slam. El último lo acaba de ganar en Australia, tras un bronco partido de cinco horas y media contra el tenista ruso Daniil Medvédev/AFP

El partido ya era una partida de ajedrez, y aún lo fue más con el tie break. Más de 70 minutos de juego en ese segundo set sin resolución hasta la muerte súbita. Dos horas de encuentro y las piernas de Medvedev seguían firmes, obligando a Nadal a seguir jugando en el riesgo de las alturas, las profundidades y su propia tensión, que le hizo cometer fallos, pero también ofrecer multitud de recursos para intentar sorprender al ruso. No quedaba otra: sufrir, arriesgar, inventar, reinventar. Y aún así, contra este Medvedev no fue suficiente. Un muro impenetrable de físico y de mente. Lo aguanta todo, de carreras y de tensión. Es ya un número 1, completo, compacto, infranqueable. Se desquitó por fin, brazos al aire cuando su revés paralelo superó a Nadal en la red. Segundo set para él, tras 84 minutos de batalla física, psicológica. Del 1-4 al 7-6.

ADN Nadal

A las 2 horas y 45 minutos, Medvedev dejó para el recuerdo un revés con salto que lo llevaba en volandas hacia la rotura. 0-40 en el sexto juego. Ni un atisbo de cansancio. Nadal hizo de Nadal, levantó la situación, agarrado a la pista, a su historial, a su ADN, a las reminiscencias de esa épica que siempre lo ha caracterizado, que lo ha hecho quien es. Siete minutos de juego, siete minutos de sufrimiento. Y esa reacción del balear hizo tambalear al muro ruso, que torció de nuevo la boca y empezó a tener prisa con su saque. El ganador de 20 Grand Slams siguió, como siempre hace, dejándose todo, inundada la pista en su lado de saque del sudor que empapaba sus camisetas. Se alegraba la grada porque ahí seguía, más rápido que nunca, envalentonado porque ese 0-40 podía haber supuesto el final y comenzaba a ver la luz al final del túnel. Como solo él es capaz.

Los saques volvían a ser resolutivos, eficaces, dando puntos casi gratis para oxigenar la muñeca y la mente. Por fin la mano suelta, golpes ganadores de derecha y de revés, el Nadal de los mejores momentos, tercer set a su bolsillo para introducir las dudas en el rival por fin. 64 minutos de tensión de nuevo, pero con otro final y otras caras. Ilusión en la de Nadal. Incomprensión en la del ruso. Lo tenía casi hecho. Pero contra Nadal eso es peligroso.

Más presente que nunca en solo el punto actual, el español había encontrado la resolución al enigma. Después de cuatro horas de juego en el desafío, el cuerpo respondía mejor que nunca. El mago Nadal, con ese truco de alcanzar otra pelota, otro punto más con la cabeza que impulsa al físico hacia lo que nadie imaginaba. Solo él. El sufrimiento nunca desapareció, pero ahí se hace fuerte el balear, ya con la llave que abría todas las grietas del ruso, despertó a contracorriente y al resto, ganando ante el mejor sacador lo que perdía con su propio servicio. Intercambio de breaks en la cuarta manga, pero la energía estaba inclinada hacia el lado del mallorquín, que elevó los porcentajes de saque, a pesar de soportar turnos de más de diez minutos, de derechas, minimizando los errores con el revés, quitando piedra a piedra la consistencia del muro ruso.

Afianzado en su fe, alargó la final hasta el quinto set, machacó la moral de Medvedev en el quinto juego para ponerse por delante. A tres juegos de lo inexplicable. Lo decía Carlos Moyà en los días anteriores: Nadal quería llegar a Australia al todo o nada. Y salió el todo.

Más despierto a las cinco horas que en las dos iniciales, voló como si no tuviera 35 años y 241 días ni 1.247 partidos en sus piernas ni todas las lesiones de su cuerpo. Se retaron, se desafiaron, se rompieron el uno al otro, el servicio y la mentalidad. Pero fue Nadal quien asestó el golpe definitivo. Juego, set, partido y la eternidad, líder de este club irrepetible del mayor número de Grand Slams posibles. Por ahora, es él quien va por delante, con 21, 17 años después de ganar el primero. Nadal redefine lo imposible y entra en otra galaxia.

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