MANUEL HUERTA
Peter Lim debe poner precio al Valencia y si no encuentra comprador de garantías que lo diga y aquí se le busca. Pero debe abandonar ya la entidad porque no hay ahora mismo ningún motivo para mantener este dolor de cabeza que le desprestigia para siempre en el mundo del fútbol y puntualmente como empresario de éxito.
No tiene ninguna necesidad de mantener la propiedad de un club de fútbol que no sabe gestionar, que no disfruta; de verse situado en la diana mediática de toda España y de algunos países europeos, Inglaterra entre ellos, en dónde el singapurés tiene importantes intereses. Su mandato en el Valencia ha llegado a su fin y debe darse cuenta que cuanto más tiempo permenezca como propietario, solo hace que cosechar enemigos y descrédito.
No tiene ningún sentido disponer de una sociedad que solo le genera problemas, empresariales y personales. Sí, personales también, porque a partir de ahora, a partir de los audios del impresentable Murthy, cualquier cosa puede pasar en Valencia con sus empleados. Quiero recordarle al señor Lim que, al margen de lo firmado con los sinvergüenzas de Salvo y Martínez, lo más importante es el corazón, el ‘sentiment’ que tenemos los valencianistas de que nos está fastidiando, nos está robando algo nuestro, que hemos heredado de nuestros abuelos o padres.
También quiero explicarle, porque estoy seguro de que desconoce el incidente, que a Héctor Cúper, finalista de dos Champions consecutivas, se le zarandeó el coche con su mujer dentro tras otro partido del equipo disputado en Mestalla al estilo Simeone. Y él, exclusivamente él, está sembrando lo peor que se puede esperar de una afición que se siente saqueada y desvalijada de sus bienes más preciados. No, la sociedad valenciana no va a aguantar que se cargue otro buen proyecto deportivo encabezado por José Bordalás, por Carlos Soler y por Jose Luis Gayá con la excusa de que debe pagar la deuda bancaria, porque así nos iremos a Segunda y entonces habrá simplemente desaparición del club.
En toda esta película además, están los juegos de otros impresentables, los políticos valencianos. Una, que quiere ser alcaldesa y aprovecha el nuevo estadio para vender su campaña, llena de falsedades, de medias verdades, guardándose como estrategia política futuros resultados de su discurso. Ni se atreve a meterle mano al club, ni al propio Lim, que la tiene cogida por los ovarios por la simple razón de que el Valencia es mucho más grande que una posible alcaldesa haciendo patrimonio político.
Luego están los de Generalitat. Por una parte los «obreros» que se conforman con el rédito político de un pabellón público y por otra los «entendidos», que valoran la grandeza de la marca a la que se enfrentan y sus consecuencias, pero que no se atreven a meter mano en un asunto en el que ellos mismos se comprometieron a ayudar a resolver con la gestión de venta de las torres de Mestalla y que se conforman con llegar al final de su legislatura sin ver salpicados sus posibles votos por el asunto. Todo mentira.
Insisto. Que olvide los movimientos fantasmales de algunos sujetos que ponen cara al urdidor de la campaña que comenzó en 2019 y que le ofrecen casi que perder dinero en una posible venta. Que ponga precio: ¿300? ¿400? Que ponga precio y nos moveremos en Valencia para comprarle su mayoría accionarial a través de un empresario serio que sepa de esto. Que entienda que no sabe nada de lo que es el fútbol en España, que no ha respetado ni uno solo de los códigos sociales que expuso durante los días previos a la compra y que Salvo y Martínez fueron incapaces de asegurar.
Porque el Valencia CF sí, será una sociedad anónima y por lo tanto una empresa, pero lo que la sostiene ahora y en un futuro son los resultados deportivos, más que los económicos, generados éstos después de una buena gestión deportiva, gestión ésta que reporta suculentos ingresos televisivos, sponsors importantes y partners, y que hace que 45.000 personas se sienten cada 15 dias en su estadio para disfrutar y que genera a través de los medios de comunicación, ilusión, espectación y bienestar social.